Desde un punto de vista
biológico, el envejecimiento es la consecuencia de la acumulación de una gran
variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que lleva a
un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales, un aumento del
riesgo de enfermedad, y finalmente a la muerte.
Ahora bien, esos cambios no
son lineales ni uniformes, y su vinculación con la edad de una persona en años
es más bien relativa. Si bien algunos septuagenarios disfrutan de una excelente
salud y se desenvuelven perfectamente, otros son frágiles y necesitan ayuda
considerable.
Además de los cambios biológicos,
el envejecimiento también está asociado con otras transiciones de la vida como
la jubilación, el traslado a viviendas más apropiadas, y la muerte de amigos y
pareja. En la formulación de una respuesta de salud pública al envejecimiento,
es importante tener en cuenta no solo los elementos que amortiguan las pérdidas
asociadas con la vejez, sino también los que pueden reforzar la recuperación,
la adaptación y el crecimiento psicosocial.
Entre las afecciones comunes de la vejez cabe citar la pérdida de
audición, cataratas y errores de refracción, dolores de espalda y cuello y
osteoartritis, neumopatías obstructivas crónicas, diabetes, depresión y
demencia. Es más, a medida que se envejece aumenta la probabilidad de
experimentar varias afecciones al mismo tiempo.
La vejez se caracteriza también por la aparición de varios estados de
salud complejos que suelen presentarse solo en las últimas etapas de la vida y
que no se enmarcan en categorías de morbilidad específicas. Esos estados de
salud se denominan normalmente síndromes geriátricos. Por lo general son
consecuencia de múltiples factores subyacentes que incluyen, entre otros, los
siguientes: fragilidad, incontinencia urinaria, caídas, estados delirantes y
úlceras por presión.
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